Seis venezolanos fueron hasta las minas del estado Bolívar para buscar oro, y además del mineral adquirieron la malaria. Cifras del Centro para Estudios sobre Malaria indican que en 2017 se reportaron un millón y medio de casos
Los altos costos y la escasez de alimentos están obligado a decenas de venezolanos a reinventarse; mientras que algunos huyen del país para proveer a su familia desde el exterior, otro tantos ven en la minería la forma de sobrevivir a la crisis. Pero desconocen que en la selva existe un enemigo silencioso capaz de causarles la muerte en cuestión de semanas: el paludismo.
Aunque no existen cifras oficiales porque el Ministerio de Salud eliminó la publicación de los Boletines Epidemiológicos, cifras del Centro para Estudios sobre Malaria -adscrito a este ministerio- indican que en 2017 se reportaron un millón y medio de casos.
En las minas el paludismo es tan común como una gripe
En un pequeño edificio detrás del Instituto Nacional de Higiene “Rafael Rangel” funciona el centro de malaria, al que llegan pacientes de todos los estados del país en busca de diagnóstico y cura del paludismo.
Casi toda la familia de Eliguer Gil (29) tiene paludismo: mamá, hermanos, su esposo y ella se infectaron en las minas del estado Bolívar, donde se trasladaron para buscar una entrada que les permitiera afrontar la crisis económica.
Foto: Ernesto García-Contrapunto
“Aquí afuera la situación está muy fea; en cambio, allá adentro hemos podido sobrevivir”, aseguró Gil.
Esta familia del estado Anzoátegui pasa entre 9 meses y 1 año sin salir de las minas. Gil y su mamá cocinan para el personal de un molino, mientras que su esposo y hermanos trabajan en la extracción de oro.
Para Gil, el paludismo es tan común como una gripe; sabe reconocerlo apenas comienzan sus primeros síntomas: escalofríos, dolor de cabeza, fiebre y vómito. Eliguer Gil tenía certeza de que lo estaba padeciendo desde hace 15 días, pero la convicción de que no podría recuperarse en el interior del país la hizo trasladarse a Caracas para tratarse. En el interior no hay antimaláricos.
“Tengo dos semanas con el paludismo, pero como se me había calmado no acudí al hospital. Ahora me empezó a dar más fuerte y por eso me trasladé hasta acá”, dijo.
“No volvería a las minas”
Otra de las afectadas por una enfermedad que fue controlada en Venezuela es Nayarit Cervantes. Tiene 19 años años y 4 meses de embarazo, e ingresó al Hospital Universitario de Caracas en estado de coma. En el centro asistencial permaneció tres días en terapia intensiva a causa del paludismo.
“Mi mamá me trasladó hasta aquí porque estaba demasiado débil e inconsciente. Tenía las plaquetas muy bajas. Cuando desperté, estaba en terapia intensiva”, relató Cervantes.
Al momento de su ingreso al hospital la adolescente tenía en su organismo dos especies del parásito causante de la enfermedad: Plasmodium vivax y Plasmodium falciparum.
Contó que, agobiada por la imposibilidad de comprarle ropa a su hija de un año, decidió emprender un viaje junto a unas primas que las llevó desde Caugacua (Miranda) hasta las minas en Bolívar.
Allí permaneció un mes, tiempo suficiente para que el mosquito transmisor del paludismo -Anopheles- hiciera mella en su organismo. Para el momento de esta entrevista Nayarit esperaba los resultados de sus exámenes a fin de saber si todavía tenía la enfermedad activa. Al consultarle si volvería a las minas, no dudo en responder que no lo haría.
Liseth Navas (28) resultó positiva con el parásito Plasmodium vivax, uno de los más comunes causantes de la malaria, luego de trabajar como cocinera durante un mes en Santa Elena de Uairén (Bolívar).
Foto: Ernesto García-Contrapunto
“Contraje el paludismo en la minas y me vine a Caracas apenas se iniciaron los síntomas -escalofrío, fiebre, y dolor en los huesos- pues me está repitiendo; es la segunda vez que me da”, refirió a Contrapunto.
El Centro de Estudio Sobre Malaria tiene tres meses sin recibir medicamentos del Ministerio de Salud. Actualmente funcionan con donaciones otorgadas por médicos venezolanos que se encuentran en Estados Unidos.
De hecho, gracias al suministro enviado del exterior, tienen para cubrir mes y medio de tratamiento. Sin embargo, el doctor Oscar Noya, director del instituto, advirtió que si sigue aumentando la cantidad de pacientes podría durar menos.
“Los medicamentos son un poco difíciles de conseguir, pero al sitio donde nos manden, vamos”, manifestó Navas, quien esperaba a ser atendida en el centro de malaria.
Las oficinas de la institución no se dan abasto para atender a los pacientes que acuden en busca de una cura. El estacionamiento fue tomado por quienes esperan que les entreguen resultados. Muchos pacientes provienen de estados donde no se consigue diagnóstico ni tratamiento.
Alexander Mejías ya es un paciente habitual de ese centro asistencial, pues desde que trabaja en la minería como “palero” (los que echan pala en busca de oro) se ha enfermado nueve veces.
Foto: Ernesto García-Contrapunto
Cada mes, Mejías tiene que buscar medicinas para combatir los síntomas del paludismo: dolor de cabeza, fiebre, diarrea y dolor de hígado. Confiesa que fue la necesidad la que lo obligó a abandonar su casa, su familia en Guarenas y su oficio como albañil para ir a trabajar en las minas. “Esta es la única defensa que tengo para conseguir los reales”, justifica.
A pesar del peligro que enfrenta, no piensa dejar su trabajo en la minería hasta conseguir un empleo que le permita mantener a su familia. “En una empresa no pagan nada: un albañil gana 250 mil bolívares por una semana y a los días te quedas varado”, ejemplifica.
El albañil convertido en minero esperaba a las afueras del centro para ser atendido, y ante la pregunta de si tenía miedo, contestó: “Claro que tengo miedo, porque si el parásito te sube a la cabeza puedes perder la vida; pero uno tiene familia que mantener y hay echarle bolas a todo lo que salga”.
Cruz Moreno es pintor automotriz, y debido a la situación económica del país dejó su profesión en Maturín para irse a trabajar en las minas, pues tiene una hija que está en el liceo y una nieta que mantener.
“Tuve que irme a las minas para poderles dar estudios y comida”, reconoció Moreno. En su caso, los síntomas aparecieron el 31 de diciembre de 2017; seis días después, ya tenía un diagnóstico positivo de paludismo.
Moreno logró que el Ministerio de Salud le diera tratamiento. Cada dos días acudía hasta la sede de esta dependencia, en Plaza Caracas, donde le suministraron antimaláricos.
Para el momento de este trabajo, esperaba los resultados de laboratorio que le confirmaran si la enfermedad había desaparecido.
Pese a la situación de riesgo en que se encuentra, este trabajador no duda en regresar a las minas. “El sueldo que aquí se gana no alcanza ni para un huevo. La solución son las minas, que aunque se corre riesgo, porque eso es terrible y peligroso, hay que irse porque el país está contra el suelo”, manifestó.
Keiver Rojas se infectó por tercera vez cuando se encontraba en la mina El Triunfo (Bolívar), donde fue enviado a prestar servicio de vigilancia como funcionario del Ejército venezolano. Rojas ha tenido dificultades para obtener medicamentos por lo que tiene que recorrer hospitales en busca de antimaláricos.
Foto: Ernesto García-Contrapunto
Venezuela: un terreno fértil para las enfermedades
A juicio de Oscar Noya, director del Centro de Estudio sobre Malaria, la crisis económica ha llevado a muchas personas a trabajar en las minas del estado Bolívar. Los hombres van para extraer oro y ganar dinero como mineros; la mayoría de las mujeres lo hacen para ejercer la prostitución.
“El coctel de la crisis social y económica -que lleva a cientos de personas a trabajar en la minería ilegal y traer la malaria a otras zonas-, así como el desmantelamiento de los sistemas de vigilancia epidemiológica, encuentra el terreno fértil para que la enfermedad se haya exportado a todo el territorio nacional, e incluso al exterior”, explicó Noya.
Si a eso se agrega que los pacientes tardan hasta dos semanas en ser diagnosticados y se quedan sin recibir tratamiento, la propagación de la enfermedad sigue su curso por un país en el que hay insecticidas ni mosquitero, y tampoco no existen medidas de prevención, cuestionó Noya.
La crisis de la malaria, a decir de los expertos, se parece a la de los años 40, con pacientes graves y aumento de la mortalidad. En ese momento, el médico Arnoldo Gabaldón inició una campaña nacional para erradicar la enfermedad, la cual requirió de varios años de trabajo.
Fuente: Contrapunto